La profesora Rosa Fernández Urtasun disertó acerca de Ernestina de Champourcín, poeta nacida en Vitoria, a veces poco conocida por el público, aunque se trata de una de las grandes figuras de la Generación del 27, excepcional creadora de belleza, de quienes mereció numerosos elogios, desde Federico García Lorca, con su famoso «quién fuera Ernestina» a Juan Ramón Jiménez, que tanto la admiraba.
Ernestina de Champourcín Morán de Loredo, nació en Vitoria el 10 de julio de 1905, de una familia católica y tradicionalista, que le ofreció una esmerada educación (en la que se refuerza el conocimiento y uso de diferentes lenguas) en un ambiente familiar, culto y aristocrático, junto a sus hermanos.
Alrededor de los 10 años, se trasladó, junto con el resto de la familia, a Madrid, donde fue matriculada en el Colegio del Sagrado Corazón, y recibió preparación por profesores particulares, examinándose como alumna libre de bachillerato en el Instituto Cardenal Cisneros. Su deseo de estudiar en la Universidad se vio truncado debido en parte a la oposición de su padre, pese al apoyo de su madre, dispuesta a acompañarla a las clases, para cumplir con la norma existente para las mujeres menores de edad.
Su conocimiento de francés e inglés, y su creatividad, le llevó a comenzar desde muy joven a escribir poesía en francés, la cual, ella misma destruyó al plantearse seriamente una vocación literaria. Más tarde utilizaría estos conocimientos de idiomas para trabajar como traductora para la editorial mexicana Fondo de Cultura Económica; durante aproximadamente quince años (en los cuales deja de publicar poesía), pese al desconocimiento general de su faceta de traductora.
Su amor a la lectura y el ambiente culto familiar la pusieron en contacto con los grandes de la literatura universal desde muy pequeña, creciendo con los libros de Víctor Hugo, Lamartine, Musset, Vigny, Maurice Maeterlinck, Verlaine y de grandes místicos castellanos, como San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús. Más tarde leyó a Valle-Inclán, Rubén Darío, Concha Espina, Amado Nervo y, sobre todo, Juan Ramón Jiménez. La figura de Juan Ramón Jiménez tiene una importancia vital en el desarrollo de Ernestina como poetisa, y de hecho, para ella fue considerado siempre como su maestro.
Como la gran mayoría de representantes de su generación, los primeros testimonios de su obra poética son poemas sueltos publicados a partir de 1923 en diversas revistas de la época, tales como Manantial, Cartagena Ilustrada o La Libertad. En 1926 María de Maeztu y Concha Méndez fundaron el Lyceum Club Femenino, proponiéndose con ello concienciar a la unidad entre las mujeres, a fin de que se ayudasen en la lucha por intervenir en los problemas culturales y sociales de su tiempo. Este proyecto interesó a Ernestina, quien se involucró en el mismo, encargándose de todo lo relativo a la literatura.
En ese mismo año Ernestina publica, en Madrid, su obra En silencio y le envía a Juan Ramón un ejemplar esperando el juicio y crítica del poeta a su primera obra. Pese a no recibir ninguna contestación, su camino se cruzó con el del admirado poeta y su mujer en La Granja de San Ildefonso. A partir de este casual encuentro surgió entre ambos una amistad que le llevó a considerarlo su mentor, y al igual que les sucedió, algo más tarde, a sus compañeros de generación. Es así como entró en contacto con algunos de los integrantes de la Generación del 27: Rafael Alberti, Federico García Lorca, Luis Cernuda, Jorge Guillén, Pedro Salinas y Vicente Aleixandre. Y además, debe a su mentor conocer la poesía inglesa clásica y moderna (Keats, Shelley, Blake, Yeats).